domingo, 24 de febrero de 2013

Si yo hubiese nacido en Benín

Domingo, 24 de febrero de 2013. No hace mucho he estado en Benín, un país africano muy pobre y para muchos españoles desconocido. El viaje ha sido enormemente generoso conmigo, aunque inicialmente, cuando empecé a pararme en el país, llegué a concluir que tenía mucha suerte por no ser de Benín. Incluso pensé que, de ser así, es muy probable que no existiese. Le he oído contar a mi madre que cuando yo tenía seis meses padecí una neumonía muy grave. Una atención cuidadosa impidió definitivamente que fuese uno de esos 4 niños españoles que, de cada 1.000, fallecen antes de los cinco años. Si el azar hubiese querido que yo viniera al mundo en Benín, la probabilidad de haber muerto se habría multiplicado por 30. Allí no son 4 sino 123 niños de cada 1.000, los que fallecen sin superar los cinco años.
Ahora me acabo de jubilar con 62 años y esto también sería totalmente distinto si hubiese nacido en Benín. De hecho, no podría dejar de trabajar porque me habría muerto hace algún tiempo. Allí la esperanza de vida al nacer está en 57 años. Frente a los 78 de los españoles supone 21 años extra que nos regalan por el mero hecho de haber nacido aquí.
Sin embargo, Benín te puede aportar muchas cosas que no puedes encontrar en España. En la escuela más pública del país, la de la calle, se imparten clases gratuitas de fraternidad inmensa, disponen de cualificados catedráticos en honradez contrastada, en alguno de los estupendos doctorados te enseñan a andar por la vida con los ojos bien abiertos y puedes incorporarte en cualquier momento a algún curso especializado de solidaridad de los muchos que se ofrecen. Si hubiese nacido en Benín habría aprendido mucho acerca de la relatividad de los deseos o del peso de los caprichos y sabría que la felicidad es mucho más barata de lo que parece y que me lavo más de lo que necesito. Sería especialista en saber todo lo que vale lo que malgasto y habría dejado de mirarme al ombligo para entender lo que pasa a mi alrededor. No son pocas las ventajas que tienen los que han nacido en Benín. También habría aprendido que la mayor parte de las cosas de las que se rodea la gente no sólo no le sirven para estar mejor, sino que no le sirven para nada. Y además, si hubiese nacido en Benín no tendría que jurar en voz alta todos los días por culpa de los impúdicos tejemanejes del mal llamado señor Bárcenas y de los reales desmanes del señorito Urdangarín. 

Ahora lo entiendo todo


Lunes, 18 de febrero de 2013. Tenía la sensación de que no comprendía bien a la gente cuando me hablaba. ¿Por qué ese cambio? Parecía que murmurasen, como que tuvieran miedo a que alguien les escuchase decir algo improcedente. Ahora que se ha destapado el cotarro del espionaje político y las escuchas, me empiezo a aclarar. Al final, todo es lo mismo. No es ningún problema de oído, es que se habla más bajo. Por si las moscas. La gente tiene miedo. Hay que andar con tiento y tener mucho cuidado con lo que se dice. Me van encajando las cosas. Esto también es parte de la misma historia. Cuesta creérselo pero, en el fondo, todo está relacionado. También podría pensarse que lo de los autobuses no tiene nada que ver, pero sí tiene. Me di cuenta el otro día. Es verdad que últimamente ya no corría detrás del autobús. Me daba la sensación de que iban ahora más rápido, pero lo que pasa es que se detienen menos tiempo en las paradas. Todo deprisa. Y eso, no cabe duda, es culpa de los recortes. Hay menos autobuses y tienen que andar más apurados. Es así. Por eso no llego. Y lo de los pantalones también es lo mismo. Claro que he engordado algo, pero no es porque me mueva menos, es que comemos más patatas y menos carne que antes por culpa de la crisis. ¡La puta crisis ésta! ¡Va a acabar con nosotros! Sí, ahí está realmente el quid de la cuestión. ¿Por qué ahora me cuesta más subir las escaleras o por qué me parece que tardo más en llegar al portal? ¿Son acaso los peldaños más altos ahora? ¿Han alargado la calle? No, señor, ¡es la crisis! Es el cabrón de Rajoy el que tiene la culpa. O Zapatero. O su puta madre. O la bruja esa de la Merkel, que es de armas tomar y sólo piensa en lo suyo. Me da igual. Lo único que sé es que nos están hundiendo y que esta situación es la auténtica clave de nuestras desgracias, incluso de las que parece que no tienen relación. La crisis está causando estragos. Estoy seguro de que alguna razón oculta hace que la gente de mi edad se haya avejentado tanto y que ahora todos parezcan mucho mayores que yo. Lo triste es que nos engañan. Tienen engañado a todo el mundo. Hasta a mi médico. Yo estoy convencido de que la depresión que me produce ser consciente de todo esto es la que provoca la pérdida de apetito sexual que tengo de un tiempo a esta parte. Para mí no hay vuelta de hoja, no tengo ninguna duda. Pero mi médico insiste en que la crisis no tiene nada que ver, que es porque los 62 años empiezan a pasar factura. ¡Vamos, anda! 

lunes, 11 de febrero de 2013

Ciclorrelato

Lunes, 11 de febrero de 2013. ¿Cuántos somos en Madrid? Ni se sabe. Los datos oficiales apuntan que en el núcleo urbano más la periferia nos alojamos unos cinco millones de almas. Algunos dicen que más. Precisamente por eso desplazarse es complicado. Mover esas toneladas de gente diariamente de un lado a otro de la ciudad no es fácil. Un follón de coches, de autobuses, de suburbanos y de metros se afanan por colocarnos en los puntos de nuestros respectivos quehaceres a lo largo del día. Nos llevan a toda prisa al trabajo, a la peluquería, a la compra o al café en el que hemos quedado con los amigos.  A mí me gusta hacerlo en bici. Me da mucha autonomía. Además, es sano, es ecológico y es barato. Razones más que sobradas. Por lo menos para mí y para unos pocos más que somos los que andamos en bicicleta. La mayor parte de la gente que utiliza la bicicleta para desplazarse por Madrid son jóvenes. ¿Cuántos seremos? No lo sé. Aunque no he visto ninguna estadística al respecto, yo calculo de una manera creo que no del todo científica, pero posiblemente bastante aproximada, que entre un 3 y un 4 por mil. Lo digo porque en mi instituto somos mil y pico y solamente vamos 3 ó 4 en bici, es decir, el 3 ó 4 por mil aproximadamente. Realmente pocos. Los ciclistas somos un bien escaso, yo diría que somos un tanto raros. La gente nos mira cuando pasamos e incluso, en ocasiones, les molesta nuestra presencia. A mí, desde luego, cuando cruzo el patio, me da la sensación de que muchos cuchichean entre ellos a mi paso. Yo creo que en el fondo les doy un poco de envidia, pero no estoy seguro. A veces me da por pensar que lo que les llama la atención es que soy mayor que ellos. Si los ciclistas escasean en la ciudad, los de 62 años hay que buscarlos con lupa. Otras veces pienso que es porque yo soy el director. 

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...