domingo, 17 de enero de 2010

Aquí y ahora

El calendario dice que estamos a 26 de diciembre de 2012. Mi DNI dice que nací el 17 de junio de 1950, pero puede ser que lo hiciese el día anterior. Al parecer, cuando mi padre me fue a inscribir al registro varias semanas después, se confundió de día. Al margen de este detalle totalmente anecdótico, esto quiere decir que mi edad, el reloj que indica el tiempo que llevo dando vueltas por aquí, marca 62 años, 6 meses y algunos días. No está mal (¿es la hora de decir que esto está pasando muy deprisa?). 

Quizás en algún país africano sí, pero en Europa nadie o casi nadie con mi edad piensa que es un viejo. Yo tampoco. Soy consciente -porque soy racional, pero fundamentalmente porque me tengo que mirar al espejo casi todos los días- de que soy mayor que antes (que todos los antes), pero me da la sensación de que aún me quedan muchas cosas por hacer, muchas páginas por abrir y muchas historias por empezar. Si no fuese por las arrugas, por el exceso de peso, por las canas, por los gatillazos cada vez más frecuentes y por las pastillas para el colesterol, la tensión y el corazón que tomo a diario, yo diría que estoy hecho un chaval.

Me he dedicado a varias actividades remuneradas y confesables -ordeñar vacas, fotografiar pies de bailarinas, vender biblias a domicilio y aguafuertes de Goya por las embajadas, acarretar ladrillos en una obra, hacer cuadros de nudos marineros, escribir artículos de prensa o importar chalecos antibalas-, he trabajado en sectores diversos -textil, construcción, turismo, agrícola, comunicación-, pero la mayor parte de mi tiempo la he ocupado en la enseñanza. He dado clases incluso antes de dedicarme a dar clases.

Posiblemente la auténtica razón por la que soy catedrático de Administración de Empresas sea porque a mi padre le hacía ilusión y yo no he sabido ni querido negarle nunca nada a mi padre. Por aquello de la casualidad y por esas consecuencias inevitables que lleva implícito el juego democrático he pertenecido a diferentes equipos directivos y he sido director durante años de un Instituto de Secundaria en Madrid.

Siempre he presumido de ser afortunado, de encontrarme muy a gusto en el aula y en el instituto. He tenido la suerte de ejercer una actividad laboral que me reporta muchísimas satisfacciones y nunca he sufrido por tener que ir a trabajar. Pero hoy es el día que me jubilo oficialmente. El rumbo que están tomando las cosas, los recortes, la presión, el menosprecio por parte de nuestros jefes y el convencimiento de que los responsables políticos tienen en mente asfixiar el futuro de la enseñanza pública, hacen que prefiera no tener que vivirlo en directo. Quiero pensar ahora que mi trabajo me ha dificultado desarrollar otro tipo de actividades que me hubiera gustado llevar a cabo y que es el momento de aprovechar para ponerme a ello. Se me vienen a la cabeza varias elementales, como leer, escribir, charlar con mis amigos, cuidarme un poco más, dedicarle algo de tiempo a la fotografía y viajar. En este blog, en este diario de un viejo loco, iremos viendo en qué se convierte eso del tiempo de un jubilado. Tengo muy presente que hoy es el primer día del resto de mi vida, de mi nueva vida.

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...